Había un pastor con tres hijos. Un domingo se formó un revuelo al terminar la escuela dominical debido a que el hijo más pequeño de siete años estaba fuertemente aferrado a una de las bancas de la iglesia y no quería irse de la misma. Todos estaban confundidos y no sabían que pasaba con el niño. Su madre no lo pudo sacar de ninguna manera. Un ujier preguntó al niño, “Luisito, ¿por qué no quieres ir a tu casa?” El niño respondió, “Me gusta la iglesia, y que desde ahora me mudo a ella.” Sus hermanos no entendían tal actitud y llamaron a su padre, quien era el pastor. Su padre le preguntó el motivo de querer vivir en la iglesia, y el niño delante de todos dijo, “Papá, me quiero quedar aquí todos los días, pues aquí soy más feliz que en casa.” Su papá le volvió a preguntar, “¿Por qué, hijo mío, dices eso?” El niño, con lágrimas, le dijo que allí él observaba que su papá era amable con todos, que hablaba bien de los demás, que sonreía y no gritaba, que les trataba con mucho amor a él y sus hermanos y sobre todo, que él nunca había visto que allí su papá le pegara a su mamá. Estas cosas desaparecían al llegar la familia a la casa, y por este motivo él quería vivir siempre en la iglesia. A.G., Valencia,
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